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El péndulo de cal: Oscilación entre víctimas y victimarios

Hablar de poesía escrita por mujeres, inevitablemente conlleva a mencionar una posición de género. Es cierto que el mundo literario para las mujeres, por ejemplo, en la época colonial había sido reducido al trabajo epistolar o la autobiografía, también la temática se vio limitada a describir temas religiosos, actividades domésticas y “tradicionales” que reflejaban el papel que las “mujeres” debían cumplir, es decir, tras la llegada de españoles el papel de la mujer fue perfectamente definido como objeto de intercambio, de deseo, cuidadora, una figura servicial: un objeto, pasividad.


Con agrado puedo observar que libros como “El péndulo de cal”, de la poeta guerrerense Alondra Berber, ha trascendido en este aspecto, y en su primer libro publicado se arriesga con más de 60 poemas que sobresalen por su confección, por la exactitud de recursos estilísticos y tratamiento temático, no se trata de un libro encriptado o escrito para un grupo selecto de exquisitos lectores: el universo de palabras que se generan dentro de las páginas surgen de forma natural, lo cual permite un acercamiento instantáneo entre el lector y los poemas, cosa que en ocasiones es difícil de lograr. Las figuras femeninas toman papeles protagonistas dentro del “Péndulo de cal”, se habla en primera persona, se aleja un poco de temas cliché como el reconocimiento del cuerpo femenino, al amor idealizado, la maternidad. Los poemas son cortos, de versos contundentes, breves.


Los puntos y seguido entre ellos proporcionan un dramatismo ideal en su construcción. En cuanto a la estructura general de la obra, la poeta apuesta por la interacción del libro como objeto, ofreciéndonos para su lectura en primer lugar un orden lineal y consecutivo de los poemas; después, nos sugiere la división del libro en tres historias en un orden distinto. Sea cual fuere el orden en que se inicie, lo importante es la unidad que se logra, es decir, el lenguaje se mantiene en un nivel constante y el tema se mantiene sin repetirse durante todas las páginas.


En este sentido, Berber permite observar una apertura hacia temas que suelen considerarse violentos y por lo tanto, masculinos, como lo es el narcotráfico y el microcosmos que existe a su alrededor. Si bien, este tema ya ha sido abordado tanto en narrativa como en poesía, incluso por contemporáneos de la misma poeta oriunda de Guerrero, nos queda claro que todo arte no puede desligarse de su contexto histórico. Es inevitable que los poetas tomen referencias de un mundo que les sumerge o ahoga, de una realidad que está presente no sólo para ellos de un modo particular, sino que afecta incluso el tejido de una sociedad, por lo que la poesía se vuelve un vínculo que permite un respiro, un instante luminoso de reflexión, conectando a la palabra con el imaginario colectivo. De este modo, más allá de hablar de un tema que podría llamarse “de moda”, me refiero al tema de los ejecutados, niños sicarios por ejemplo, hablamos de una realidad que se vive con más crudeza como una herida que se ha infectado desde hace poco más de un sexenio, y que ningún mexicano puede negar, independientemente de su situación económica o geográfica. El mundo y la forma en que se relacionan las personas ha cambiado, la sensibilidad ha cambiado y por lo tanto las prácticas sociales también. Entonces, hablar de temas clásicos, quiero decir, simbolismos inscritos en la mitología griega o cristiana, o intertextualidades literarias que normalmente parecen ser tabla de salvación para la poesía, el día de hoy no son suficientes. No podemos cerrar los ojos y decir que el mundo es rosa, que aspirar a lo bello, lo verdadero y lo bondadoso a través de imágenes bellas harán cambiar esta realidad que duele.


“Sé bien qué es la muerte, / la he sentido adentro, arrodillando mis miedos, / la he visto en las calles, azotando / a los que amo. / Poder. / El juego de los Dioses Falsos. / El resplandor del consumismo en las pupilas del pueblo. / Nubes de humo entre los perros de arriba y nosotros / La alienación festiva / de la telenovela y la droga. / Ideología de la estupidez”


Hay que empezar por admitir que hay otras muchas realidades que conviven, que están presentes. La violencia en las calles ha sido ya tratada en otras ocasiones como mencioné anteriormente, pero qué hace diferente el libro que la poeta Alondra Berber nos pone sobre la mesa. Reitero, hay que decir que este libro es como escuchar las paredes gruesas que durante el día acumularon los ruidos de un mundo violento y que durante la noche, estas mismas paredes responden y repiten el instante aterrador de la muerte: ver morir al ser querido constantemente, un flashback en cada muerte que parece más irreal que la anterior. Y un ser querido también puede ser un victimario, un motivo interesante para mostrar una poesía cargada de emotividad, metáforas e imágenes poderosas, dando, dentro de lo terrible del tema, una frescura en el tratamiento del mismo, como queda escrito en el primer poema de la sección ¿Dónde estaba dios a las seis de la mañana?:

“Lo miré llorar, / supe que en sus ojos las lágrimas existían, aunque todos dijeran que estaba seco. Le dolía ser quien era, no tener / un mundo a donde volver. / “Es un asesino” reclamaban, / si me aproximaba decidida, / un asesino si me distanciaba hipócrita. / Un asesino siempre, sin descanso”


Ahora bien, este no pretende ser exactamente un libro de denuncia, es, más bien un libro que muestra una radiografía precisa y exacta de lo que podría ser una sociedad acostumbrada a la violencia, pero que no por ser un paisaje común, deja de doler y conmover para todas las voces que se entrelazan y de algún modo piden ser escuchadas en esta edición. De este modo, Alondra Berber nos permite oscilar entre la óptica de la pareja de Kafer, el joven narcotraficante de veintidós años que es ejecutado frente a ella, o las escenas de las madres que buscan a sus hijos desaparecidos, o de la tortura de los que no van a delatar a su amigos. Oscilar es la clave, en cualquier momento la víctima puede ser victimario o viceversa. Queda claro que lo único que no existe es justicia. Dice el poema V de la sección El cuerpo de mi ángel está lleno de balas:

“Cada muerte en el periódico es la suya, cada viuda gimiendo de rabia, junto a los acribillados y el fotógrafo del periódico. Los perros no ladran cuando pasa la muerte, Todo está en silencio. Nadie anuncia que estamos en la mierda”.


El péndulo de cal, es un ejemplo de oficio poético logrado, una estética que arriesga por un tema cercano y potente, basta una ojeada a cualquier página para –por desgracia- encontrar reflejada la historia de nuestras calles, un dolor que todos conocemos, que todos padecemos. Un poemario lleno de voces reales, un libro provocador que hace falta ser leído con detenimiento, más allá de las envidias que pueda generar la voz genuina de una joven poeta.

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